A mediados de la semana pasada hicimos la vendimia, dos o tres semanas más tarde que en mi tierra natal, un pueblecito de Orense que alcanza temperaturas veraniegas de 40º a la sombra, fue un pueblo de viticultores, una tierra de vinos y aguardientes, con viñas bien trabajas, podas, cavas y sulfatos en su justo tiempo,...hoy todo abandonado, a penas queda población o es demasiado mayor para realizar esos trabajos, las viñas están abandonadas y antaño era su mayor fuente de ingresos, a la que añadían los envíos monetarios de los emigrados a Francia, los envíos de los que no tenían tierras y se veían obligados a dejar niños y niñas al cuidado de abuelos u otros parientes, niños que se sentían tristes y abandonados, niños de la emigración que carecían de la más mínima muestra de afecto, niños tristes y solitarios que a penas tuvieron infancia, niños que aguardaban el regreso de ese avión de Francia que nunca llegaba, y cuando divisaban uno por el aire, corrían por los prados gritando; ¡un vión, un vión!, ¡nese vión ven o meu papá e a miña mamá da Pancha!
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